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LOS PRODUCTOS DE TUKAOS SE ELABORAN BAJO PEDIDO

Elegancia no es ostentación: es coherencia

En un mundo donde las apariencias a menudo lo son todo, hablar de elegancia puede parecer un acto superficial. Pero no lo es. No cuando se entiende bien. La verdadera elegancia no tiene que ver con el precio de una prenda, ni con el brillo, ni con lo exclusivo. No vive en el exceso. No necesita ser anunciada. La verdadera elegancia es, ante todo, coherencia.

He conocido hombres y mujeres que, sin grandes marcas ni aspavientos, llenan un espacio con solo entrar. No por lo que llevan, sino por cómo lo llevan. Por cómo caminan. Por cómo se sostienen en su propia piel. Esa es la elegancia que no se puede comprar. La que no tiene temporada. La que se cultiva con tiempo, con criterio, con verdad.

En Tukaos trabajamos desde esa convicción: vestir bien no es impresionar, es expresarse. Y la expresión más poderosa es la que nace desde dentro, desde el conocimiento propio. Por eso, antes de sugerir una tela, antes de diseñar un cuello o un largo de manga, observo a la persona. ¿Quién es? ¿Qué quiere contar? ¿Qué quiere silenciar? ¿Qué quiere recordar?

La ostentación busca validación externa. Es el grito del que necesita ser visto, aunque no sea comprendido. Pero la elegancia verdadera es más sutil. No busca aprobación, porque ya tiene convicción. Es, en el fondo, un acto de equilibrio: entre lo que soy y lo que muestro, entre lo que quiero destacar y lo que decido reservar.

Un traje puede ser costoso y aún así no ser elegante. Puede ser técnicamente perfecto, pero vacío. Porque la elegancia no está solo en el objeto, sino en el vínculo que se establece entre ese objeto y la persona que lo lleva. ¿Hay armonía? ¿Hay verdad? ¿Hay silencio en los detalles? Eso es lo que determina si una prenda es realmente elegante.

Me gusta pensar en la elegancia como en la arquitectura de los gestos. Una chaqueta bien entallada que no aprieta. Un botón cubierto que evita el brillo innecesario. Un tono neutro que no distrae, pero que deja espacio a la palabra. Todo eso, bien elegido, habla de alguien que se conoce. Que no se disfraza. Que no necesita adornarse para tener presencia.

La coherencia no es rigidez. Es conciencia. Es saber qué lugar ocupo y cómo quiero ocuparlo. Es entender que menos, muchas veces, es más. Y que la diferencia no está en la cantidad, sino en la intención.

Vestirse con elegancia es, en cierto modo, un acto de respeto. Hacia uno mismo y hacia los demás. Es elegir con cuidado. Es presentarse con intención. Es dar al cuerpo y al alma una forma que los honre, no que los oculte.

Porque, al final, lo verdaderamente elegante no es lo que llama la atención. Es lo que deja una impresión sin haberla buscado.

EL NOTICIERO DE MARCO DIONNE

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